Busco que las personas puedan entender lo que mi corazón quiere decir a gritos, y lo que mi mente intenta acallar.

La herencia está repartida

E
 l sol alumbraba a través de los ventanales de vidrio repartido aquella pequeña habitación. Se podía visualizar las dos camas; una, perfectamente tendida con dos almohadones azules bordados con hilos del siglo pasado, y dos o tres libros de física cuántica en mitad de ella. La otra cama estaba desordenada, y había ropa sobre ella; demasiada ropa como para ser de un hombre, evidentemente una mujer dormía allí.
En el escritorio de madera oscura que se ubicaba en una de las esquinas del cuarto, se encontraba un joven frente a una computadora, escribiendo insistentemente fórmulas algebraicas que tal vez solo él entendía. Su pelo era de color castaño amarronado, en su rostro se notaba en cansancio de horas de trabajo forzoso y alrededor de su boca tenía una barba en forma de candado.
De repente la puerta se abre e ingresa a la habitación una joven, con cabello marrón chocolate hasta los hombros, una altura aproximada de 1.80 m y sus labios carnosos maquillados de un rojo carmesí.
Lo ocurrido un par de meses atrás, los tenía atormentados. Su abuela antes de morir les había dicho que el que tratara mejor a su hermano mellizo, mientras convivieran en la misma habitación de la universidad de New York, sería el que se quedaría con la herencia, ya que los padres de los jóvenes habían muerto cuando tenían unos tempranos seis años. Los huérfanos Nicolas y Lisa fueron a vivir con su abuela, quien era una reconocida diseñadora de indumentaria. Ellos pasaron su infancia y gran parte de su adolescencia culpándose el uno al otro por la muerte de sus progenitores. Por haber crecido peleándose, el amor y el odio les jugaba una mala pasada. Ahora con casi 23 años , todavía no habían podido arreglar sus diferencias. Se tenían un odio mutuo.
Lisa observa a Nicolas y le pregunta con tono un tanto sobrador y despectivo: -Ya estás listo Nico?- Nicolas al percibir el tono con que le habló su hermana, se levanta de la silla, se pone frente a Lisa y responde: -No, no estoy listo. ¿Te molesta o te importa acaso?- El mellizo menor  sentía mucha tristeza por la muerte de su abuela, estaba indignado porque sabía que Lisa no la quería, y pensaba que ella había provocado “accidentalmente” la muerte de Florencia, su querida abuela. Lisa al ver la actitud territorial de su hermano, se enfada con él, como de costumbre.
Eran casi las doce del mediodía y debían reunirse con el abogado cerca de la una. Para colmo el tráfico en la gran ciudad no era para nada sencillo. Entonces Lisa decidió ir a la oficina del abogado en taxi, pues si llegaban tarde perderían la cita programada con semanas de anticipación.
-¿Qué, no irás? Tú sabes que perderemos la cita si llegamos tarde. Yo me iré en taxi en unos minutos. Si quieres acompañarme, te agradecería el favor hermano mío.- Dijo Lisa, y a los segundos acotó:-Por desgracia.- Utilizando un tono más bajo, intentando que Nicolas no la oyera. El joven se acomodó el cabello, se puso los zapatos de cuero marrón que le había regalado su abuela para navidad, cojió su abrigo, y salió de la habitación; tras Lisa, quien iba algunos pasos más adelante.
Salieron a la calle y tomaron el primer taxi que vieron. El viaje hasta la oficina fue el más largo para Lisa. Ese día definiría su vida, y la cambiaría por completo, porque si se quedaba con la herencia de su abuela, a quien no le tenía mucho afecto y su muerte no le había causado dolor significativo, no tendría que aguantar más vivir con su hermano.
Instantes después arribaron a destino, subieron la extensa escalera de una de las torres más altas de la ciudad por donde transitaban decenas de hombres y mujeres que tenían aspecto de empresarios, abogados, escribanos, o alguna clase de profesión relacionada con la sociedad. Ingresaron por la puerta principal, que medía aproximadamente tres metros de alto y cuatro de ancho, hecha de vidrio transparente desde donde se podía divisar perfectamente la inmensidad de la sala principal ubicada en la planta baja. Juntos caminaron apurados hacia el mostrador inmenso donde se ubicaban las secretarias.
 Lisa fue quien se dio a conocer y preguntó por el abogado Kloster. La mujer de tez pálida que se ubicaba del otro lado del mostrador les dijo:-Piso siete, oficina número veinticinco.-  Lisa y Nicolas respondieron al unísono: -Le agradecemos.- Hasta en su respuesta se notó la parecida personalidad que poseían, tal vez por eso chocaban tanto.
Subieron al ascensor y este los llevó al séptimo piso. Mientras buscaban la oficina número veinticinco sintieron un fuerte temblor seguido de varios estruendos como si algo se derrumbara. Nicolas se dio cuenta de que el edificio se estaba derrumbando desde arriba hacia abajo. Ese fue el momento en que toda la gente comenzó a salir de las oficinas corriendo hacia las escaleras. Una puerta con el número veinticinco quedó abierta y Lisa pudo observar perfectamente como un hombre de unos cuarenta años aproximadamente saltaba por la ventana. Esa persona era el abogado que los atendería, la melliza quedó paralizada. Nicolas corrió a buscarla y le gritó:-  ¡Vámonos, que haces aquí! – Ella le respondió:- Quiero saltar por aquella ventana, al menos moriré volando y no aplastada por un montón de escombros.  Nicolas tomó la mano de su hermana, ingresaron a la oficina del difunto Kloster segundos atrás y observaron a través de una ventana como una cantidad de personas se lanzaba al vacío.
Lisa miró a su hermano treinta minutos menor que ella y por primera vez en su vida le habló con ternura:- Perdón por todo, te quiero hermano.- Nicolas le hizo un gesto como de aceptación y saltaron sin remordimientos en sus corazones.        
Segundos después, ellos fueron dos de las miles de víctimas del atentado a las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001.                                   


    

(Compite en feria del libro local.)

2 comentarios:

Nob Miura dijo...

I'm follow you now from Tokyo
Please follow back me
OKay?

sandrine & france dijo...

http://from-pais-with.blogspot.com
:D