Busco que las personas puedan entender lo que mi corazón quiere decir a gritos, y lo que mi mente intenta acallar.

#120: no abandono más

Aquellas noches en las que no sabemos cuál es nuestra esencia, ésta es una de ellas. Muchas veces me sentaba frente a mi computadora y tecleaba con frenesí como si una voz risueña me dictara lo que yo debía escribir, exactamente cada palabra fluía de mis manos como sale un animal encerrado por mucho tiempo. Pasaron un par de años y yo dejé de escribir, no porque no quisiera, sino porque esa voz se había callado, había desaparecido por completo. Hoy, ésta noche vuelvo a escribir, no porque la voz haya vuelto a aparecer, sino porque siento que no tengo escapatoria, éste es mi único remedio.
Vivo en una ciudad que se caracteriza por tener miles de habitantes. ¿Por qué digo miles? Millones de habitantes. Millones de caras, cuerpos y almas desconocidos. Millones de voces que nuestro cerebro no conoce. Te encuentras caminando y usando el transporte público igual que todos aquellos desconocidos. Haces tus tareas cotidianas, trabajas, cocinas, comes, estudias, lees, escuchas música. Y sientes, sí, también sientes, como lo hacen todos ellos, aunque queramos escaparnos por la tangente del tema; si, todos sentimos, todos los millones de desconocidos sienten, al igual que yo. Es una acción inherente a nuestra existencia, pero un tema tan fácil de desviar, tan difícil de encarar. ¿Por qué nos aterra tanto lo que siente el otro?
Habrá varias razones, pero en este caso, me rodea una, me está tocando en la espalda y cuando volteo para ver, no se muestra. La infantil razón es que no me quieran. Mi miedo mayor. O mejor dicho, que me quieran y luego me dejen de querer. Me aterra el sólo pensar en involucrarme con alguien y luego que ese alguien desaparezca, ponga excusas o simplemente me diga la verdad, la horrible y cruda verdad que todos, sin importar de que fuerte metal esté hecha nuestra armadura, odiamos. La terrible verdad es: “no siento nada”.

Cómo nos golpea en la cara esta frase de tres miserables palabras. No puedo dejar de tenerle miedo, pero a veces siento que no merezco que sea de otra manera.