Romeo frente al cadáver de Julieta (Irónico final de Romeo y Julieta.)

ROMEO. -¡Era, pues, verdad! ¡Julieta se ha suicidado! Veloces mensajeros, oculto el rostro chismoso tras la máscara de un falso doctor, corrieron a Mantua a darme la noticia. Pero junto con la noticia, hacían tintinear en el aire la intimación de que volviese, en caso de lo contrario, me traerían por la fuerza. Todos se despedían de mí con el mismo adiós: ''Romeo, ahora sabrás cual es tu deber''. He comprendido. He vuelto. Aquí estoy. Nadie me estorbó para que llegase hasta este lúgubre sitio y enfrentase a solas con el cadáver de Julieta. Excesivas casualidades, sospechoso azar. Alcahuetería de la noche, ¿cuál es tu precio? Los que han sobornado ahora me espían, huéspedes de tu sombra. Aguardan que les entregues lo que les prometiste. ¿Y qué les prometiste, noche rufiana? ¡Mi suicidio! Así podrán dar por concluída esta historia que tanto les irrita. Julieta ya ha escrito la mitad del epílogo. Ahora yo debo añadirle la otra mitad para que el telón descienda entre lágrimas y aplausos, y ellos puedan levantarse de sus asientos, saludarse unos a otros, reconciliarse los que estaban enemistados, tú, Montesco con vos, Capuleto, y luego volverse a sus casas, a comer, a dormir y a seguir viviendo. Y si no lo hago por las buenas me obligarán a hacerlo por las malas. Terminarán por acusarme de ser el asesino de Julieta y alguien se creerá con derecho de vengar ese crimen. O escribo yo (A Julieta.) ¿Te das cuenta, atolondrada? ¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¿Tenías la necesidad de obligarme a tanto? ¿Era necesario recurrir a estas exageraciones? Nos amábamos, está bien, nos amábamos. Pero de ahí no había que pasar. Amarse tiene sentido mientras se vive. Después, ¿qué importa? Ahora me enredaste en este juego siniestro y yo, lo quiera o no, debo seguir jugándolo. Me has colocado entre la espada y la pared. Sin mi previo consentimiento, aclaro. Nací amante, no héroe. Soy un hombre normal, no un maniático suicida. Pero tú, con tu famosa muerte, te encaramaste de golpe de golpe a una altura sobrehumana hasta la que ahora debo empinarme para no ser menos que tú, para ser digno de tu amor, para no dejar de ser Romeo. (Al público.) Esto me pasa por enamorarme de adolescentes, lo toman todo a la tremenda. Su amor es una constante extorsión, o el tálamo o la tumba. Nada de paños tibios, de concesiones, de moratorias, de acuerdos mutuos. Y así favorecen los egoístas designios de los mayores que aprovechan esa rigidez para quebrarles la voluntad como leña seca. (Otro tono.) Ah, pero yo me niego. Me niego a repetir su error. Todo esto es una emboscada tendida con el único propósito de capturarme. Señores, miladis rehúso porner mi pie en el cepo. Amo a Julieta. La amaré mientras viva. La lloraré hasta que se me acaben las lágrimas. Pero no esperen mas de mí. No me exijan mas. La vida justifica nuestros amores, en tanto ningún amor es suficiente justificación de la muerte. Buenas noches. 
(Arroja la antorcha en un rincón, donde se apaga; se emboza en su capa y sale.)
La escena queda sola unos instantes. Luego entran dos curas conduciendo el cadáver de Romeo con una daga clavada en el pecho. Lo depositan a los pies del túmulo. Uno de los curas coloca la mano de Romeo en la empuñadura de la daga. Se retiran. Entra Fray Lorenzo (Cae de hinojos. Alza los brazos.) 
FRAY LORENZO. -¡Oh amantes perfectos!
Telón.