Es
tan fácil que las personas no se inmuten cuando ven a alguien llorar. Que la
humanidad no se desespere por el sufrimiento ajeno. Que sea normal que tanta
gente llore a escondidas y muerda sus puños intentando acallar un sufrimiento
escondido y que a la pregunta de alguien intrigado sobre cómo estamos,
solamente respondamos un desacertado “bien”.
Deberíamos
admitir que no, que no nos encontramos bien, y que, de vez en cuando, está bien
buscar ayuda y de a poco empezar a encontrar las personas que pueden ayudarnos
a reencontrarnos con nosotros mismos cuando estamos perdidos en un inmenso
desierto de recuerdos y de culpas que nos echamos, para tratar de encontrar
respuestas a inefables interrogantes, para tratar de que todo, algún día, pueda
ser un poco más simple, o al menos, un poco menos doloroso.
¿Por
qué cuando vamos en el transporte público y una persona comienza a reírse a
carcajadas, todos volteamos y miramos con expresión de asombro a la felicidad
ajena? ¿Por qué tratamos de boicotear a quienes se sienten inexorablemente
positivos? ¿Por qué siempre nos negamos y desviamos la mirada hacia nuestros
problemas y no hacia los problemas de los otros?
No
sé a quién o a qué le escribo. Tal vez le estoy escribiendo a ella, a ella que
una vez se le entumecieron las alas y no pudo volar por culpa de un dañino
elemento químico. Cuánta impotencia se siente cuando alguien se va sin poder
decir adiós, sin poder cerrar una historia, sin poder pedir perdón. Pero hoy
encuentro una mínima respuesta a mis infinitos interrogantes, eso sólo hoy me
basta. Quizás mañana despierte con los lagrimales secos, pero no interesa saber
porqué lloramos cuando lloramos, sino que a todos nosotros los seres humanos,
nos hicieron para sufrir y para vivir, ser felices también.
Tal
vez estamos hechos de sufrimiento para no olvidarnos de que, cuando otro sufre,
todos nos reducimos a lo mismo. Ojalá podamos volver unos pasos atrás para volver a asombrarnos cuando vemos una lágrima corriendo por la mejilla de un
desconocido en la calle.